22 mayo, 2015

.::TIERRA ROJA DE FRONTERA, TIERRA DE MUERTE Y MARIHUANA::.

TIERRA ROJA DE FRONTERA, 
TIERRA DE MUERTE Y MARIHUANA

por Jean Georges Almendras,
enviado especial a Curuguaty, Paraguay 

La tierra paraguaya es roja. Allí, en el norte de Asunción. En una amplia zona fronteriza con el Brasil. Allí donde el narcotráfico tiene su santuario natural para la producción de marihuana. Es la tierra de Curuguaty. Es la tierra de Villa Ygatimi. Es la tierra de Ypehjú. Es la tierra de Yby Yaú. Es la tierra de Pedro Juan Caballero. Es una tierra de muerte y de dolor, para unos. Es una tierra de prosperidad y de actividad remunerada, para otros. Es una tierra que guarda en sus entrañas la codicia del hombre, que la ha transformado en una de las regiones maléficas del territorio paraguayo. No es un secreto a voces, sino una dura realidad, que los pobladores de esas tierras viven del narcotráfico. Los narcos regentean la comercialización de la producción marihuanera – muchas veces protegidos por personajes de la vida política del país y hasta por jueces, fiscales o policías corruptos- los sicarios obedecen órdenes siniestras, y los campesinos se zambullen en los plantíos, para obtener su sustento. En definitiva, y diciéndolo sin rodeos, es una zona donde su economía se apoya y se basa directamente en la producción de la marihuana y en el dominio de los narcos.
Pero desde el pasado 16 de octubre del 2014, fecha en que asesinaron al periodista Pablo Medina y a su asistente Antonia Almada, esa “prosperidad” entre comillas, se fue haciendo añicos. Y hoy, mayo de 2015, hay crisis en la zona. ¿Y por qué hay crisis?. Hay crisis, porque desde que Vilmar “Neneco” Acosta (que era en ese momento, nada más ni nada menos que el Intendente de Ypehjú) tuvo la osadía (o cometió la estupidez estratégica) de disponer y de planificar el crimen del periodista, los narcos que congeniaban y compartían con él sus actividades ilícitas, están bajo la mira de las autoridades, que no hacen otra cosa que internarse en estancias y montes. Hay crisis, porque los plantíos de marihuana se están destruyendo, por la sencilla razón de que están siendo detectados por las fuerzas del orden. Hay crisis, porque los narcos deben de restringir su actividades naturales. Hay crisis, porque el doble crimen causó revuelo. Porque el crimen de Medina y de Almada levantó una polvareda tal, que los policías de Asunción se fueron instalando en la zona para ubicar a “Neneco”; y porque una vez capturado éste, los policías de Asunción siguen allí, buscando a los autores materiales del mortal atentado: Wilson y Flavio Acosta, respectivamente hermano y sobrino, de “Neneco”, cuya extradición se aguarda entre idas y venidas propias del marco legal reservado para estos casos. Curuguaty, y ciudades aledañas, entonces, están en declive, económicamente hablando. Un doble crimen lo ha alterado todo. Ha alterado la rutina de las ciudades fronterizas con el Brasil. Y han descendido notoriamente las ganancias de los habitantes más vulnerables. Porque las ganancias de los dueños del “negocio” solo se han afectado parcialmente. Porque el poder que ellos ejercen les permitirá vivir sin plantíos, si acaso, solo por el tiempo que demande este revuelo provocado por “Neneco”, pero no para siempre. Claro está, siempre y cuando no aparezcan otros Pablo Medina o en la capital se comience a caer el castillo de naipes de la impunidad, luego de que Vilmar Acosta sea interrogado y se atreva a hablar. Pero mientras no ocurra nada de esto, la crisis será pasajera. Pero igual molesta. Pero igual irrita. Y tanto irrita, que hasta a alguno de los capos mafiosos de la zona, en acuerdo con los “amigos” de la capital, se le puede llegar a ocurrir, que solo eliminando a Vilmar Acosta, se podrán preservar los secretos del negocio y a sus involucrados, asegurando la prosperidad de las ventas y de los réditos, para el futuro.
Hasta esas tierras nos fuimos: cuatro periodistas de las redacciones de Paraguay y de Uruguay, de AmtimafiaDosMil, Gaspar -el hermano de Pablo Medina- y como custodias: cuatro policias del GEO y de la Policía local, fuertemente armados. Nos trasladaron hasta el lugar exacto donde la camioneta que conducía Pablo Medina fue emboscada por los asesinos vestidos con ropas militares legítimas, y que previamente habían salido de la vegetación circundante para hacer detener el vehículo, quizás simulando un control de rutina.
A esas tierras rojas llegamos una tarde lluviosa. Nos instalamos en el lugar del doble crimen, prácticamente -y sin habérnoslo propuesto- casi a la misma hora en que los criminales accionaron sus armas -una escopeta de grueso calibre y una pistola 9 mm- sobre los indefensos ocupantes de la camioneta a cuyo volante iba un periodista comprometido con su profesión de informar libremente, como corresponsal del diario ABC Color, durante 16 años, y hasta el segundo antes de caer abatido por las balas, atinando a decir en guaraní a sus asesinos y cubriéndose con una de sus manos !!Anina she ra á !!! (“Nó, mi amigo”). Los asesinos ignoraron ese ruego y accionaron los gatillos de sus armas, porque Pablo no tenía que quedar vivo.
Procurando situarme donde Pablo Medina frenó bruscamente la camioneta, pregunté a uno de los policías que nos custodiaban ¿Alguno de ustedes conocía a Pablo Medina?. Todos asintieron con la cabeza. “¿Quien no conocía a Pablo?” fue la escueta reflexión de uno de los uniformados. Y otro agregó: “Tenía mucho coraje”. Después, cada uno siguió con lo suyo.
Estamos en un tortuoso camino de tierra roja -que une Villa Ygatimi con Ypehjú- donde se percibe la soledad y el desamparo. Mudo testigo de esa carretera apartada, serpenteante y sinuosa, es la vegetación que la rodea. Esporádicamente circulan por la zona motos tripuladas por lugareños, seguramente muchos de ellos trabajadores de los plantíos de marihuana de la zona, escondidos en las entrañas de los campos. También transitan pesados camiones con carga destinada al Brasil y vehículos de los ganaderos e inevitablemente vehículos cuatro por cuatro ocupados por los dueños de la región: jefes narcos y sicarios; sus allegados y sus lugartenientes. Los sirvientes del mal, para emboscar a sus víctimas, en la mayoría de las veces amparados por la impunidad comprada con el dinero.
Ese dinero que no corrompió a Pablo Medina, ni tampoco a los periodistas que cayeron bajo las balas asesinas de la narcopolitica instalada en el Paraguay desde el fín de la dictadura estronista y durante la democracia de hoy.
Ese dinero que no pudo evitar la tragedia. Ese dinero que solo sirvió para provocarla. Ese dinero que solo sirvió (y sirve) para corromper a los hombres de la región fronteriza de Curuguaty, y a los hombres de traje y corbata, ocupando los cómodos sillones y las confortables y frívolas instalaciones del poder estatal y parlamentario. Ese dinero (que sirvió) y sirve, para corromper a algunos fiscales, a algunos magistrados y a algunos policías, siempre dispuestos a tender su mano “amiga” a las buenas oportunidades brindadas desde las sombras.
HOY COMO AYER. Con mis ropas y botines mojados, y teñidos de esa tierra colorada, debido al lodazal en el que nos encontramos, no puedo dejar de pensar en la libertad de expresión y en el significado (y el valor) de las denuncias que hiciera Pablo Medina y todos los periodistas asesinados anteriormente. No dejo de pensar en los segundos de conciencia que tuvo Pablo, para darse cuenta que la muerte estaba allí, mirándolo fijo. Implacable. Cruel. Inexorable. No dejo de pensar, salvando las distancias, en la muerte del padre Pino Puglisi en Palermo, Sicilia, bastantes años atrás, cuando antes de perder la vida, dirigió unas palabras y hasta le sonrió a su asesino, un soldado de Cosa Nostra. No dejo de pensar en la valiente decisión de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borselllino, de seguir adelante con su tarea de desmantelar Cosa Nostra, a sabiendas que sus vidas ya estaban acabadas por decisión de los jefes de la mafia y los corruptos del Estado italiano. No dejo de pensar, tampoco, en el periodista paraguayo, Santiago Leguizamón, a comienzos del 90, hablando en una radioemisora del lugar -a pocos instantes de su muerte, a manos de sicarios que lo acribillaron a balazos en una calle fronteriza con el Brasil, en la ciudad de Pedro Juan Caballero- de la muerte moral y de la muerte física, prefieriendo él, esta última, antes de callarse de decir la verdad. Sus asesinos lo complacieron, desafortunadamente.
Miro alrededor de lo que podemos definir como la escena del hecho, y lo veo a Gaspar Medina, totalmente absorto en sus pensamientos. Se le deben haber cruzado por la mente las imágenes de su hermano Pablo, sin vida, y al volante de su camioneta, en aquella amarga tarde del 16 de octubre del pasado año. Se le deben haber cruzado por la mente las imágenes de su hermano Salvador Medina, cuando en la tarde del 5 de enero del 2001, fue baleado delante suyo por un sicario, de la mafia del narcotráfico, de nombre Milciades Meylin, hoy todavía (o asombrosamente) recluído en una cárcel de máxima seguridad de la ciudad de Emboscada. Aquel día Gaspar y su hermano Salvador regresaban al hogar en una moto. Era guiada por Salvador, que incluso antes de caer ya sin vida sobre el terreno, de un camino muy cercano a su casa, en la región de Capiibary llegó a encarar, valerosamente, a su asesino.
A casi siete meses del atentado, parece sentirse todavía en el lugar la energía negativa de una acción demoledora contra la vida y la libertad. En un escenario natural propicio para el ataque, por lo apartado y solariego. Lo que demuestra a las claras, que los asesinos no fueron improvisados. Fueron sicarios que actuaron apoyados por una logística sólida, que les permitió -entre otros detalles- hacer uso de legítimos uniformes militares. ¿Cedidos quizás, por algún integrante de las fuerzas armadas paraguayas, embelezado por las mieles del dinero o de los favores mafiosos?
A casi siete meses del atentado al periodista Medina y a su asistente, también la energía de la muerte parece sentirse todavía en el lugar. Y quizás, para contrarrestar todo esa pesada carga, se ha previsto la colocación de una placa recordatoria homenajeando a los dos caídos. Una suerte de mojón, que abofeteará diariamente a los asesinos y a los narcotraficantes de la región, y que señalará al mundo, para la memoria colectiva de los pueblos, otro escenario más del martirologio de los justos.
Nuestro periplo periodístico nos ha llevado hasta ese lugar porque el esclarecimiento del caso Pablo Medina sigue siendo una asignatura pendiente para la opinión pública, para la comunidad periodística local y regional, y por supuesto, para las familias de cada una de las víctimas. Sería terrible que la impunidad llegue al extremo de que por arte de magia nunca se concrete la extradición de Vilmar Acosta o que sutilmente la misma se vaya dilatando en el tiempo.
En todo el Paraguay y en todo el mundo se sabe perfectamente que aquel intendente de Ypehjú tuvo mucho que ver con esas dos muertes, y que su responsabilidad en otras más, incluídos otros delitos graves, relacionados con el narcotráfico, están por investigarse. Pero con la captura de “Neneco” no se ha cerrado el capítulo. Todo lo contrario. El capítulo recién se abre, porque si bien hay que poner entre rejas a “Neneco”, también urge averiguar las implicancias del crimen del periodista, y dilucidar con los dichos del detenido, los nombres y las funciones de los corruptos, que desde hace años vienen minando la región y las instituciones de un Estado paraguayo, que en los años post dictadura, más se ha caracterizado por coquetear -descaradamente en algunos casos- con los actos de corrupción que por ser un firme enemigo de estos.
Verdaderamente, y no me lo creo, aquello de que la impunidad y la corrupción del sistema político han estado ausentes los últimos 26 años, después de que el dictador Estroesner abandonara el poder. Hay que recordar al lector que ya han muerto 16 periodistas en el Paraguay. A la vista de todos. A la vista de los ciudadanos. A la vista de las fuerzas policiales. A la vista de los políticos. A la vista de los magistrados y fiscales. A la vista de los gobernantes.Y a la vista de la comunidad internacional. ¿Y ahora, por qué todos los que ocupan puestos de poder se rasgan las vestiduras y ponen rostros de circunstancia, cuando se trata de una víctima que mediáticamente ha convulsionado a la comunidad paraguaya? ¿Pablo tenía que pagar con su vida el haber revelado con sus denuncias la relación de la política con el narcotráfico? ¿Era necesaria esta tragedia, para darnos cuenta los periodistas que la libertad de expresión estaba constantemente pisoteada? ¿Era necesaria esta tragedia, para que los políticos de hoy, de Asunción y de la zona fronteriza, se vean obligados a asumir que entre ellos hay personajes corruptos y vinculados al sistema mafioso paraguayo? ¿Era necesaria esta tragedia, para que hablemos, con más libertad, de la narco política instalada en el Paraguay? ¿Era necesaria esta tragedia, para que una vez capturado “Neneco” Acosta, no pocos integrantes del sistema de poder del Estado paraguayo se sientan en riesgo de ser descubiertos como allegados a los ambientes del narcotráfico y hasta incluso, al crimen del mismo Pablo Medina?.
“¿Quién no conocía a Pablo Medina?” Sigue martillándome el cerebro la respuesta que nos diera el policía que nos custodiaba, cuando nos instalamos allí donde mataron a Pablo y a Antonia, en Villa Ygatimi. Todos conocían a Pablo Medina. Y todos conocían lo que escribía y lo que denunciaba a través del diario ABC Color. Como todos conocían -desde hace 26 años- lo que escribían y lo que denunciaban por radio, los periodistas asesinados en los últimos tiempos. Entonces, dejémonos de hipocresías.
Bajo una fina llovizna salimos de la zona del doble crimen, sorteando un camino en extremo resbaladizo. Incluso nos vimos obligados a hacer un extenso rodeo por caminos alternativos, porque un puente roto impedía la circulación por el camino que habitualmente tomaba Pablo Medina, en sus coberturas por la zona. Una zona que obviamente conocía muy bien. Al igual que sus asesinos. Recorriendo esos caminos, junto a mis compañeros y colegas, Jorge Figueredo, director de la redacción paraguaya, y los redactores Omar Cristaldo y Félix Vera, no podemos evitar pensar, que siete meses atrás, nuestro amigo Medina -a quien conocíamos bajo diferentes circunstancias- circulaba en su camioneta tal como lo veníamos haciendo nosotros. Bajo lluvia. Bajo sol. Solo o acompañado.Y aún, sabiéndose amenazado de muerte.
Por unos instantes lo imaginamos allí, el día fatídico. En Villa Ygatimi, retirándose de la casa de la familia Almada, a la mañana muy temprano. Llevándose el hielo para el tereré. Lo imaginamos dejando atrás ese hogar para cumplir con su trabajo, como tantas otras veces. Sin sospechar que sería la última. Ese día su misión era ir al pueblo Crescencio González con la idea de recabar información relacionada con el uso de tóxicos en cultivos de la época, para después -pasado el mediodía- regresar al hogar de los Almada. Nunca se concretó ese regreso. Sobre las dos y media de la tarde de ese 16 de octubre, minutos más, minutos menos, Pablo y Antonia caían abatidos, mientras que Rut Almada sobrevivía milagrosamente al atentado. Y fue ella misma, la que todavía afectada por los nervios, pudo dar el alerta y la noticia, a su familia y a las autoridades.

LAS CONSECUENCIAS. El hecho criminal causó impacto en la sociedad paraguaya y en la región.
Pero hubo más. El hecho criminal dejó entrever a la opinión pública paraguaya, con más nitidez, la peligrosa existencia y los graves alcances de la narco política, al punto, de que un importante Ministro de la Corte Suprema de Justicia – Víctor Núñez- se vio obligado a renunciar -en medio de un escándalo bochornoso- al saberse expuesto a un juicio político, bajo sospecha de estar relacionado con actividades del narcotráfico. El hecho criminal hizo que los nombres de Pablo y de Antonia se sumaran a la extensa nómina de mártires del periodismo paraguayo y del mundo, solo por haberse atrevido a cumplir con su trabajo de denunciar la corrupción y el delito. El hecho criminal, hizo que se creara una comisión parlamentaria para investigar el atentado. El hecho criminal hizo que periodistas locales y extranjeros, organizaciones sociales locales e internacionales, materializaran
manifestaciones y protestas repudiando el atentado y exigiendo justicia. El hecho criminal hizo que políticos de todas las tiendas alzaran sus voces y sus asombros para exorcisar a sus colectividades. El hecho criminal hizo que a la hija, esposa y hermano de Pablo Medina y familia de Antonia Almada les fuera asignada una custodia policial permanente, y que la sobreviviente del atentado, Ruth Almada, hermana de Antonia, de 26 años de edad, fuera literalmente blindada (hasta la fecha) en un lugar que solo las autoridades y la Fiscalía conocen, para preservarle su vida y su testimonio, en extremo vital, para el buen término del juicio que le aguarda a los asesinos.
Lamentablemente, el día 14 de enero de este año, abatida por el dolor y la impotencia, y afectada por un accidente vascular, perdía la vida la madre de Pablo Medina, Angela Velásquez, de 73 años de edad.
En las primeras horas de la mañana del 8 diciembre del 2014, se capturaba, en una zona de monte de Ypehjú, al secretario y chofér de Vilmar “Neneco” Acosta, Arnaldo Cabrera López, quien lo identificó como el único mandante del crimen.
El día 5 de marzo de este año, Vilmar “Neneco” Acosta, gracias a una muy intensa labor policial a cargo de funcionarios del Departamento de Investigaciones de Delitos de la Policía Nacional, era detenido en el Brasil, iniciándose el proceso de extradición, en medio de una serie de confusiones promovidas por el imputado, aferrándose a su identidad de brasileño, para eventualmente neutralizar su juicio en la ciudad de Asunción, o al menos para retardarlo en el tiempo. Al momento de redactarse estas líneas todavía permanecen prófugos los autores materiales del doble crimen.

FAMILIAS DESTROZADAS. Dejando a nuestras espaldas camiones literalmengte empantanados en el camino, transformado en un fangal intransitable, la camioneta policial en la que vamos (que no hace mucho le fuera incautada a los narcos, en operativos realizados por orden judicial) pusimos proa a Villa Ygatimi, para encontrarmos con la familia Almada. Atendiendo su almacén, María Teresa Chamorro, la madre de Antonia y de Ruth, la única sobreviviente del atentado, nos recuerda los terribles momentos del día en que su hija perdía la vida. También nos recibió el hermano de la fallecida, y su hermana menor. Amables y humildes en su hablar, nos mostraron la placa del memorial que se ha previsto colocar en el lugar del crimen, y no titubearon en apelar a la justicia divina, como única forma de mitigar el dolor ante la irreparable pérdida. Más tarde, en la ciudad de Curuguaty, fuimos recibidos por Olga Bianconi, la esposa de Pablo Medina.Tanto ella como su hermana Carmen, se mostraron totalmente descreídas del papel de la justicia y de los fiscales. Insistieron además, en señalar irregularidades en el procedimiento del Fiscal en la escena del hecho, el día del crimen. Abundaron en críticas al sistema judicial y ponderaron la actitud del propietario del diario ABC Color, en la persona de Aldo Zucolillo, su propietario, por su amabilidad en recibirla y por el empeño en asistirla en su calidad de vida, contribuyendo a la educación de los dos hijos adolescentes de Pablo Medina. Por último, hicieron hincapié en que la justicia divina tendría la última palabra, anunciando que más adelante no descartarían formalizar una denuncia sobre las irregularidades que estiman se habrían cometido, en las etapas de la investigación y en lo que concierne a la preservación de la escena y de las evidencias.
Abandonando Curuguaty, llegamos a la ciudad de Capiibary. Después de dejar la ruta principal
tomamos por una camino rural que nos llevó al hogar donde desde hace muchos años vive la familia Medina. Nos recibió una hermana de Pablo y uno de sus sobrinos. Bajo una arboleda lindera a la casa encontramos a Pablo Medina padre. Es un hombre fuerte. De 76 años de edad. Muy educado. Don Pablo, como le dicen todos, nos regala su mirada sincera que mucho nos recuerda a su hijo asesinado. En pocas palabras nos confidencia que en una oportunidad, recientemente, encaró a la Fiscala Sandra Quiñónez, diciéndole que ella no debe olvidarse del alto poder que tiene, y que en consecuencia no debería dudar en aplicar la ley, pidiéndole además que se haga todo lo posible para que se traiga al Paraguay a Vilmar Acosta “antes que me llegue la muerte”. Así de directo. Con esa calma que solo dan los años y la sensibilidad, nos habla también de su trabajo en el campo, recordando sus comienzos, en la labor rural, a la edad de 12 años. Es un hombre que agradece todo el aliento que se le brinda. Un hombre que en sus silencios expresa su afecto y su entereza. Un hombre que nos despide con un cálido abrazo. Que nos saluda a la distancia, sin percatarse que la ausencia de su esposa Angela nos ha sumido en la tristeza y nos ha abatido.
Una hora después, ya de retorno a Asunción, Dyrsen Medina, la hija de Pablo, nos recibe junto a su esposo en su hogar de la ciudad de Coronel Oviedo. La rodean dos niños de corta edad. Son los nietos del periodista. Dyrsen, que es la hija mayor de nuestro colega asesinado, desde el momento mismo de la tragedia asumió un protagonismo mediático que le permitió hacer público su sed de justicia, y al mismo tiempo, dar a conocer la importancia y la trascendencia de la profesión que abrazara su padre.Ella, trajo consigo los recuerdos sobre Pablo y sobre las ulterioridades de su muerte. Y como siempre lo hizo durante las entrevistas que concedió a los medios de comunicación, fueran locales o extranjeros, no escatimó expresiones insistiendo para que se haga justicia en torno al asesinato de su padre.
Los paraguayos, en Asunción, y en la región fronteriza con el Brasil, viven su rutina. En la zona del Mato Grosso, en el vecino país, en la cárcel de Campo Grande, Vilmar “Neneco” Acosta, vive su rutina. La rutina del hombre en cautivero. Prisionero de la ley. Prisionero de sus propias maldades. Acorralado por los jueces brasileños, que deberán decidir sobre su extradicón. Acorralado por sus pares. Temeroso de su vida, porque va tomando conciencia que sus pares están muy irritados por haber sacado del medio a Pablo Medina. Darle muerte tuvo su efecto bumerang. Vilmar “Neneco” Acosta se sabe solo. Como si estuviera caminando a tientas. Una oscuridad que él mismo ha creado. Sabe que no fue un buen paso haber dado luz verde para asesinar a Pablo Medina. Entonces, creo sinceramente que “Neneco” tiene miedo. Porque sabe que si se lo traslada al Paraguay, deberá enfrentarse a muchas situaciones. No descarta que la muerte, incluso esté acicalándose para cortejarlo. Sus pares están muy irritados. Y muchos de ellos, quizás, hasta ya lo prefieran fuera de circulación. Vale decir, muerto.
Entonces, Vilmar “Neneco” Acosta, tiene ciertas y muy precisas opciones.
Puede enfrentarse a todo y a todos. Puede bajar los brazos. O finalmente, puede pedir a jueces y fiscales del Paraguay la posibilidad de arrepentirse para cumplir con la pena que se le imponga -esta previsto que el Ministerio Público podría solicitar hasta unos 25 años de prisión- y dar nombres y apellidos de los implicados con los cuales ha venido conviviendo en los últimos tiempos.
solo así, quizás, y ahora que las cartas ya están echadas, recién pueda encontrar un poco de paz en su vida. Y si es creyente, quizás, hasta el perdón de Dios.

18 de Mayo 2015

 #Fotos. Omar Cristaldo-Jorge Figueredo AntimafiaDosMil.Redacción Paraguay

Fuente:antimafiadosmil. latinoamerica.com

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